Desplazamiento involuntario a la derecha

El nacionalismo es una de las formas en que se encarna el populismo; su proyecto político se resume en la apelación sentimental y dramática al pueblo-cultura. La izquierda, intentando esquivar las luces socialdemócratas, se vuelve también al pueblo, aunque en este caso, se dirige al pueblo-político. Ambos tienen respecto al grupo las mismas intenciones: representarlos, buscar su bienestar y felicidad. Y todo en el contexto de la democracia liberal.
Democracia. En expresión de la propia etimología del término, las dos tendencias políticas citadas en el párrafo anterior pasarán a simplificarlo todo dando, en todo momento y situación, al pueblo (a su pueblo) el derecho a decidir, a ejercer su soberanía por encima incluso de las leyes vigentes, olvidando que esas también emanan de esa misma soberanía. Trivializan la democracia. Si no fuéramos malpensados, diríamos que buscando tal vez mejorarla (y, por supuesto, es mejorable) la convierten en un carrusel de referendos y tensiones contraproducentes en tanto que no se acompasan a la legislación. Decir que la ley o se respeta o se cambia por el mismo procedimiento que se aprobó, resulta hoy una opinión conservadora de la peor especie, porque los alquimistas defensores del pueblo han pasado a monopolizar el progresismo.
También nos quedan la revolución para traer lo nuevo, el nuevo origen, otra cosa mejor para todos. Pero si no se elige ese camino, en democracia, saltarse la ley supone erosionarla y cuando alguien se aproveche de sus debilidad y la remate (para servir precisamente al pueblo), la añoraremos y nos dolerá no haberla defendido. Ya una vez la dejamos escapar por no salir por ella en lugar de mirar cada uno a su ombligo ideológico y a su proyecto excluyente y necio.

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