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Habíamos llegado después de la estación de lluvias hacía ahora tres años. Conocíamos con detalle, a través de mapas topográficos antiguos, aquella zona boscosa en el recodo del río, en ligera pendiente de arenisca, remota, despoblada, próxima a la ruidosa garganta, antes de poner un pie allí. Llegamos para cumplir con un encargo de la Asociación Nacional de Ingenieros de Caminos y nos quedamos sin llegar nunca a decidir hacerlo sino poco a poco, incorporándonos al lugar, haciéndolo nuestro con pequeños gestos como construir unas cabañas de madera del todo innecesarias para quienes tenían tiendas de lona suficientes para la quincena que se prolongarían los trabajos derivados del referido encargo.
Todo empezó bien y luego se fue torciendo, por eso la mirada triste de Pele cuando preguntó si recordábamos el principio, la llegada de los seis y todo lo demás.
-Por supuesto que lo recordamos.
Hoy bajo el gran eucalipto hay tres tumbas vacías a las que nunca alcanza el sol, tampoco las alcanzará el fuego si Mac se sale con la suya.

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