Metáforas para estos extraños días

Una vez conocí a un tipo tan frágil como la gelatina de fresa por su color y su aspecto apelmazado cuando articulaba palabras en una lengua incomprensible llena de sonidos consonánticos que sonaban como golpes de cuchara sobre una lata vacía. Y no fue en un sueño aunque debería por una cuestión de elemental equilibrio haber sido en un sueño fácil de olvidar después del café negro del despertar sino en la realidad dudosa también de la media mañana en el banco de un parque debajo de una fila de arces desnudos muy al modo de Hamsum. Y allí se quedó cuando intuyendo imposible cualquier diálogo puse distancia por el simple procedimiento de irme de ese céntrico parque de una gran ciudad en la que de seguro abundan individuos de los que emana ese tipo de profunda extrañeza u otras todavía más profundas.
Hace un mes casi divisé a dos hombre peleando ante un espejo que multiplicaba sus ademanes y gestos de agresión tal vez simulada y por lo tanto improductiva, huera de los efectos habituales en los asuntos de violencia de modo que todo acababa por ser apenas una danza o un ensayo de la misma, la metáfora de un combate destinado no a ese momento que era de privado entrenamiento sino a otro tal vez ante un público del que se esperaba que sacase conclusiones del sentido de todo aquello y de la estética concernida por el movimiento medido sin resonancias ni historicidad de los contendientes.
Y presencié en estos extraños días otras cosas también que huelga traer a colación o rememorar porque estoy al tanto de que lo que yo os pueda contar, lo haga como lo haga, con énfasis, cuidado, sinceridad, ahínco, seriedad o molicie, viene a importaros un bledo y el tiempo que invierto en ello es tiempo perdido del que no suelo sacar provecho alguno sino más bien desánimo: única recompensa que merece por otro lado mi vanidad.

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