El Príncipe

"Sentado en un banco, inerte, contemplaba la devastación que Bendicó extendía por los viales. De vez en cuando, el perro volvía hacia él sus mirada inocente como solicitando una alabanza por su eficiente tarea: catorce claveles destrozados, medio seto arrancado, un canal obstruido. Parecía un hombre realmente.
-¡Quieto Bendicó!, acércate.
Y el animal se acercaba, ponía en su mano el hocico terroso para demostrarle que le perdonaba por la necia interrupción de su cuidadosa labor".

De Giussepe Tomasi Di Lampedusa dice su editor, Giorgio Bassani (que solo lo vio una vez y que, por casualidad, se encontró con una copia mecanografiada y sin firma de Il Gattopardo en 1958, y al que bastaron las primeras líneas para comprender la profundidad y el valor de la obra), que "era un caballero alto, corpulento, taciturno, de rostro pálido, con esa palidez grisácea de los meridionales de piel oscura". Y que "por el gabán cuidadosamente abotonado, por el ala del sombrero caído sobre los ojos, por el nudoso bastón en que, al caminar, se apoyaba pesadamente, uno, a primera vista, lo habría tomado, ¡yo que sé!, por un general de la reserva o algo semejante".
Cuando lo buscó, supo que había muerto en Roma en los primeros días del veraño de 1957.
(Del Prólogo a la edición italiana, traducción de Fernando Gutiérrez).

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