Nombre

El nombre es algo accidental, caprichoso, de mera utilidad taxonómica, clasificatoria, que nada añade y nada resta a quien lo porta, que confiere una individualidad miope y aledaña.
Si es arbitrario, nada que añadir: podría ser otro cualquiera o ninguno. Si procede de una cualidad, circunstancia, rasgo del designado, no la modifica ni la realza, por ser previa a él y él consecuencia y no causa de la misma. Sí es cierto que la señala pero con la futilidad de quien reseña lo evidente.
Sin nombre nuestra existencia sería sustancialmente idéntica. Si acaso algo más trabajosas las alusiones al ausente, precisándose de circunloquios, anécdotas, especificaciones toponímicas, descripciones de indumentaria..., para traerlo ante nuestro interlocutor.
Si estamos presentes, nadie necesita nombrarnos (aunque a veces lo hagamos, enfáticos, como queriendo hacer explícito el reconocimiento del nombrado o manisfestar al menos la consciencia de su estar en nuestro entorno).
Si no estamos, también podríamos ser referidos sin él, aludidos tal vez más laboriosamente, aparentemente con mayor vaguedad, pero en el fondo a través de una definición pausada y precisa y no del sintético signo que es ese nombre que nada dice de mí.

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