Síndrome R. B.

En la profunda infancia deshilachada iba, supongo que a diario, al ultramarinos de Juanes. Cuando se amontonan los años, olvidamos a las personas y nos recreamos en los personajes. Juanes era un héroe de Molière o Shakespeare con tienda junto a la carretera.
Siempre irónico, sonriente de ojos, malgastando bromas de adulto con un chaval que no entendía nada, analizando el mundo desde detrás del mostrador a través de unas gafas con cristal de microscopio...
Me permitía ayudarle los sábados por la mañana si llovía. Entraba entonces en aquella trastienda enorme como las bodegas de un ballenero...
Un día le llamé viejo, y me respondió que siempre había sido así, que no era ni viejo ni joven.
Pero un día morirás, añadí desconcertado.
Imposible, ¿quién se encargaría de la tienda?
Todo el mundo muere, insistí inquieto.
Puede que yo también, pero recuerda esto (y no lo he olvidado): no el día de mi entierro porque la casa estará llena de gente y habrá que atenderlos, pero te aseguro que al día siguiente bajaré a despachar.
Nunca he creído una palabra a los que vienen con el cuento de que la tienda cerró.

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