Anna K. y la educación

En la página 452 discuten en tono elevado Lievin y Sviyazhski*:
El segundo dice: "Llega usted a las mismas conclusiones que Spencer, que tanto le desagrada. También cree que la civilización, la cultura, sólo pueden ser el resultado del bienestar y los frecuentes baños, como dice él, pero nunca del alfabeto y la aritmética".
El primero responde: "Me complace, o mejor dicho me degrada coincidir con Spencer. Pero mi convicción la adquirí hace tiempo... Las escuelas sólo serían útiles si el pueblo gozara de una situación que le premitiera disponer de más dinero y tener más tiempo libre para poder asistir a ellas".

Comparto las palabras de Lievin: no puedo hallar argumento alguno que me permita poner en duda la utilidad de la escuela en la sociedad del ocio y el bienestar: ¿quién sino ella puede ocuparse de alfabetizar ofreciendo a los jóvenes los rudimentos culturales necesarios (cuidadosamente medidos) para que se conviertan en consumidores de cultura popular? ¿quién sino ella les da cobijo y amparo hogareño mientras sus padres se ausentan por asuntos de trabajo? ¿quién sino ella ofrece al hombre el disfraz de ciudadano, de individuo único y de fiar que puede aspirar a todo si sabe jugar sus cartas? ¿quién sino ella educa a los jóvenes, exonerando a sus padres de labor tan repetitiva e ingrata, insuflando en sus adolescentes corazones los valores de moda? ...

(*Edición de Josefina Pérez Sacristán para Cátedra, 11ª ed., 2009)

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