F. y el amor

En una ocasión, y sólo en una al parecer, F. se enamoró. La cosa se ensombreció como suele después de un tiempo. F. anduvo renqueante y vacío de acá para allá. Llegó a beber hasta la sobriedad en dos o tres ocasiones. Una de ellas, la última, en una cantina de las afueras con aparcamiento de tierra batida y abundante oscuridad. Allí entabló conversación con el camarero, un chaval boquiabierto que no perdía una, y de sus lacónicas respuestas F. vino a concluir que todo infierno tiene su sendero (según advierte Blake y recuerda Lowry), que hay que combatir todo amor dañino y que no hay amor que no sea eso precisamente.
En adelante, F. se transformó en una persona vana y tímida. Usó para ello el método infalible de dejar de intentar ser romántico y extravertido. Descansó.

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