Confusión de F.

F. cree que el lenguaje se interpone entre la realidad realidad y nosotros. La palabra mar, pequeña, ridícula, imprecisa, se planta ante él y oculta el océano.
Si F. dejó de hablar durante un año y medio fue por el intento, experimento infructuoso, de acallar no el lenguaje oral, que evidentemente acalló, sino por silenciar y borrar la imagen de las palabras que, en cualquier idioma, presentes como una infección, empañaban los objetos que F. deseaba contemplar: pertinaces, esos amontonamientos de letras, lo distraían y le obligaban a nombrar en lugar de ver, a detenerse en el concepto y no en objeto, a considerar de memoria objetos que, contradigamos a Platón, en ningún lugar tienen existencia real.
El enemigo de F., creemos algunos, no es el lenguaje sino el pensamiento, pero él lo ignora: atento a las palabras confunde todas las cosas, también aquellas que lo envenenan.

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