Revolución posmoderna

Una revolución, la historia lo demuestra, se hace para renovar una estructura que, a decir de los promotores de la misma, está obsoleta (queriendo decir que no satisface sus necesidades), para ir a lo nuevo y mejor (a aquel otro modelo que sí lo hace).
Una revolución es un movimiento de carácter político cuando pretende sustituir a una oligarquía por otra; al conseguirlo, la inercia de la transformación se expande por el sistema provocando, en el corto plazo, alteraciones en lo económico, lo social, lo ideológico...
Toda revolución tiene sus promotores (que no son todos los que participan), sus actores (una masa suficiente, un mayoría, con objetivos claros que emanan del dogma revolucionario sólidamente asumido), sus opositores (los que detentan el poder, manejan el mecanismo, y lo ponen al servicio de  mantenimiento del statu quo), y sus espectadores (los que asisten a la revolución en diferido, les cuentan lo que ocurre, quien son unos y quienes los otros).
La revolución divide a la sociedad, o a una porción muy significativa de la misma, en al menos dos ámbitos irreconciliables abocados a un conflicto que el fin del proceso no cerrará: acabará el drama, se mantendrá el trauma.
Una revolución busca un cambio que escapa a una categorización moral o legal estricta. Todos los implicados encontrarán sus argumentos llegado el caso, que llegará, de tener que legitimar lo que hacen o dicen.
Una revolución requiere violencia suficiente para superar las resistencias de quiene se oponen al cambio, que suelen contar con capacidad coercitiva muy útil precisamente para frenar intentos de esas características. Solo si el modelo a sustituir se ha debilitado, desorganizado o ha perdido legitimidad y carece de apoyos, o es abandonado por aquellos que han de ejercer de forma efectiva la coerción que decíamos, puede esperarse que el movimiento revolucionario alcance el fin esperado pacíficamente y sin consecuencias.
A veces ha sido así, la historia lo demuestra; pero más a menudo ha ocurrido lo otro: la resistencia, el enfrentamiento y la sangre.
Las revoluciones cívicas, suaves, pacíficas, dialógicas..., no dejan de ser violentas, solo renuncian a la violencia explícita. Podrán  intentarse (por ingenuidad, por cálculo de los beneficios que esa actitud traerá más adelante, por debilidad manifiesta que impida el recurso a la fuerza, etc.) pero es problable que haciéndolo se coseche todo lo malo de la revolución y ninguna de sus virtudes.

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