Hotel/ interior noche/los dos

La estancia en un hotel abre y cierra un paréntesis de extrañeza. Nadie pertenece a un lugar así, solo fugazmente lo ocupamos sin querer dejar huella alguna en esta abrumadora catarata de enigmas que entretejen los objetos, las luces, los perfiles, las miradas…
—Cuando despiertes, me habré ido porque ya todo está dicho.
Levanta el vaso y apura su contenido; por la pared cruza un relámpago. Ese tono Dior Rouge quedará para siempre en los bordes del cuello de la camisa…
—Aunque finjas lo contrario, también tú lo has dicho todo ya.
Reprime el deseo de acariciar su pelo. Ese torso apenas iluminado por el led del baño…
—Esto se va como llegó, como la irrupción de lo inesperado, sin tiempo para nada más, sin posibilidades más allá de los límites de esta habitación.
La recorre con la mirada por última vez. La luz enhebra las superficies pulidas: el amanecer atraviesa el ventanal húmedo y trae la imagen fantasmal del edificio de enfrente.
—Adoras los hoteles, los conoces todos..., que si pasé una noche en el Chelsea en el 222 Oeste de la 23, me preguntas… Una vez o ninguna, dije.
Aquello le hizo reír.
Silencio, ni un murmullo, solo imágenes, diapositivas en su cabeza pasando sin cesar como en el carrusel de un proyector Kodak…
—Vas de acá para allá; te lo puedes permitir porque nada te ata ni te obliga ni te impone horarios: vives la vida que yo quisiera vivir.
Levanta la maleta para no despertarla, la puerta se cierra, la corriente hace caer una botella desde el borde de la mesa. Ella se asoma al pasillo estrecho, rectilíneo y vacío.

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