F., en París, a 2 de enero
F. entra en el año nuevo como quien salta a la calle desde una ventana de un edificio en llamas; entra con urgencia pero sin confianza porque escapar de un peligro siempre es un pormenor ocasional que no viene a cerrar ninguna posibilidad, tampoco, por lo tanto, la de una amenaza mayor. Y, aunque ya sabéis que F. es intrépido (os ha dado sobradas muestras a los largo de todos estos años) y no se arredra por lo general ante esas aristas de la existencia que nos limitan sin que nosotros podamos hacer nada al respecto excepto eludirlas situándolas en nuestras reflexiones allá donde menos sombra proyecten, la caída en el nuevo año le atraganta emocionalmente de un modo inexplicable: durante unos días, caminará molesto por lo todavía inconcluso e irritantemente expectante ante la rutinaria repetición de los espacios y tiempos cotidianos llenos de pruebas familiares de múltiples filos.
Mantenerse en un ámbito que ninguna teoría ha sabido explicar es nuestra victoria.
F. es resistente y se sobrepondrá también esta vez a la enfermedad de pensar lo impensable y tener que asumir la extrañeza que todo le causa.
Mantenerse en un ámbito que ninguna teoría ha sabido explicar es nuestra victoria.
F. es resistente y se sobrepondrá también esta vez a la enfermedad de pensar lo impensable y tener que asumir la extrañeza que todo le causa.