Particular razón global
A la crítica del iluminismo, como a toda simplificación teórica, se le pueden objetar ciertas obsesiones, un tanto de elitismo, una cierta vaguedad teórica y argumentativa, tal vez una fe excesiva en la intuición, pero sería difícil cuestionar que dieron con un argumento sólido y muy clarificador de los defectos de la contemporaneidad: la Razón, en su versión liberal-burguesa, es el dragón que agosta con su aliento cualquier atisbo de Justicia en la organización de las sociedades y abrió y mantiene abierta esa brecha-acantilado por la que se han ido despeñando todos los ideales contemporáneos, todo lo bueno que imaginamos en común, todo lo que cada uno de nosotros sabe que es lo correcto por más que no sea guía de casi nadie, y acompañó esa caída al insondable abismo con los fragores de los desastres y la infamia.
Esa particular Razón –lo normal para muchos–, a mayores de sus múltiples filos, nació ya con una profunda contradicción: estimar que los supuestos que conforman la vida comunitaria pueden ser cogidos por separado y diseñados según intereses, y que una vez hecho esto, todo funcionará como un sistema eficiente. Irrumpe así el individuo resquebrajado pública y privadamente en facetas (homo economicus, politicus, actor, ludens, luctator, servus...) de cuya integración problemática emerge no tanto una persona cuando un artefacto tal vez complejo pero con pocas palancas que por toda crítica a las fuentes de su miseria opone pueriles quejas.