El Lector
Aprovecho una ocurrencia, probablemente apócrifa, de Borges que decía algo así como que ningún mérito hay en escribir un libro, el mérito está en leerlo, como introito para una somera acotación del ser del lector.
El lector es un individuo ensimismado y absorto en una autocontemplación reflexiva con miras a reformularse sin nunca conseguir cerrar ese endemoniado círculo.
El lector no está contento consigo mismo ni con el mundo en general, busca modelos, de ahí su actividad.
El lector maneja libros, roba libros, atesora libros, acaricia libros, envidia libros..., por lo tanto, no los consume en la acepción comercial del término de modo que no enriquece a nadie con su actividad pero tampoco viene a empobrecese él mismo.
El lector es austero y huraño, le aburren las conversaciones inanes que no contribuyen en nada al desenlace.
El lector no lee buscando entretenerse sino para evadirse en el más profundo sentido del término, de ahí su malhumor cuando vuelve o cuando no logra irse del todo.
Decir que habría lectores aunque no hubiese libros es tan cierto como su contrario.
El lector lee en silencio.
El lector lee solo.
El lector no lleva una libreta con citas de los textos que lee: si merece la pena recordar algo no lo olvidará.
El lector a veces se entusiasma y escribe en los márgenes unas cuantas palabras, al hilo de lo leído o no, de las que, por lo general, luego se avergüenza.
El lector no quiere ser escritor por lo mismo que un soldado no suele cambiar de bando.
El lector es un tipo aburridísimo, un viajero que no habla de sus viajes, un mago que no hace sus trucos en público...
Lo que hace el lector es tanto una actividad artística cuanto el resultado natural de una dolencia.
El lector vive en los libros, literalmente, son su silla de ruedas.
El lector es un individuo ensimismado y absorto en una autocontemplación reflexiva con miras a reformularse sin nunca conseguir cerrar ese endemoniado círculo.
El lector no está contento consigo mismo ni con el mundo en general, busca modelos, de ahí su actividad.
El lector maneja libros, roba libros, atesora libros, acaricia libros, envidia libros..., por lo tanto, no los consume en la acepción comercial del término de modo que no enriquece a nadie con su actividad pero tampoco viene a empobrecese él mismo.
El lector es austero y huraño, le aburren las conversaciones inanes que no contribuyen en nada al desenlace.
El lector no lee buscando entretenerse sino para evadirse en el más profundo sentido del término, de ahí su malhumor cuando vuelve o cuando no logra irse del todo.
Decir que habría lectores aunque no hubiese libros es tan cierto como su contrario.
El lector lee en silencio.
El lector lee solo.
El lector no lleva una libreta con citas de los textos que lee: si merece la pena recordar algo no lo olvidará.
El lector a veces se entusiasma y escribe en los márgenes unas cuantas palabras, al hilo de lo leído o no, de las que, por lo general, luego se avergüenza.
El lector no quiere ser escritor por lo mismo que un soldado no suele cambiar de bando.
El lector es un tipo aburridísimo, un viajero que no habla de sus viajes, un mago que no hace sus trucos en público...
Lo que hace el lector es tanto una actividad artística cuanto el resultado natural de una dolencia.
El lector vive en los libros, literalmente, son su silla de ruedas.