Delitos, penas y lo irracional
En criminología se diferencia entre "miedo al delito" y "preocupación por el delito". Resulta superfluo definir tales conceptos, no esconden ninguna doblez léxica, se refieren precisamente a lo que parecen referirse en el lenguaje coloquial. El interés (y la razón de que estén en este texto que versa sobre el delito y la pena) está en lo paradójico de la confrontación entre ambos en el ámbito social. Parece que de sencillas estadísticas al respecto podemos inferir que tales conceptos no son directamente proporcionales. Cabría esperar que una alta preocupación por el delito se correspondiese con un acusado miedo al mismo en el seno de una sociedad, y viceversa, que el miedo a ser víctimas de un delito generase una preocupación constante e intensa respecto a la fragilidad o solidez de nuestra seguridad. Y resulta, al menos es nuestro país, no ser así.
De nuevo, es fácil demostrar que somos una sociedad segura, con mínimos índices de delincuencia, en donde cada uno de sus miembros tiene en realidad muy bajas posibilidades de verse involucrado en un delito grave o muy grave. Tal circunstancia es percibida nítidamente por los individuos de modo que si se les pregunta por las precauciones que toman para mejorar su seguridad, por lo general, admiten no tomar casi ninguna, que la seguridad no está entre sus prioridades, que antes están otras cosas. Sin embargo, a una baja sensación de peligro se corresponde una intensa sensación de miedo al delito. Una paradoja: la gente teme profundamente algo que en realidad cree que no le va a ocurrir, o, de otro modo, la gente cree vivir en una sociedad peligrosa e inestable y sin embargo vive tranquilamente sin hacer nada para preservarse de las amenazas que de ahí puedan derivarse.
Por otro lado, un intenso miedo al delito justifica la toma de medidas penales drásticas para frenarlo (aunque es muy probable que no ocurra), de ahí que, guiados por ese miedo, mucha gente estime que la cadena perpetua es una herramienta útil y necesaria para responder a los delitos graves. No es momento de decir nada acerca de lo que nos parecen esos argumentos, quedémonos solo con la conclusión que cabe extraer de todo esto: la idea de riesgo y miedo propagada intencionadamente cuaja en el modo de pensar pero no en el modo de actuar, ayuda a conformar una ideología (entendida como imaginario individual) pero no un hábito y, por lo tanto, no siempre este es proyección necesaria de aquella.
A veces parecemos irracionales e instintivos seres con error de programación. Arrastramos la memoria de catástrofes pasadas, somos testigos virtuales de las presentes y preludiamos angustiados las futuras... Desconfiamos de la especie... Andamos muy necesitados de buenas noticias y de cualquier cosa que permita confiar en que el mal, entre nosotros, debe de ser la excepción y no la norma, de lo contrario ya no estaríamos aquí.
De nuevo, es fácil demostrar que somos una sociedad segura, con mínimos índices de delincuencia, en donde cada uno de sus miembros tiene en realidad muy bajas posibilidades de verse involucrado en un delito grave o muy grave. Tal circunstancia es percibida nítidamente por los individuos de modo que si se les pregunta por las precauciones que toman para mejorar su seguridad, por lo general, admiten no tomar casi ninguna, que la seguridad no está entre sus prioridades, que antes están otras cosas. Sin embargo, a una baja sensación de peligro se corresponde una intensa sensación de miedo al delito. Una paradoja: la gente teme profundamente algo que en realidad cree que no le va a ocurrir, o, de otro modo, la gente cree vivir en una sociedad peligrosa e inestable y sin embargo vive tranquilamente sin hacer nada para preservarse de las amenazas que de ahí puedan derivarse.
Por otro lado, un intenso miedo al delito justifica la toma de medidas penales drásticas para frenarlo (aunque es muy probable que no ocurra), de ahí que, guiados por ese miedo, mucha gente estime que la cadena perpetua es una herramienta útil y necesaria para responder a los delitos graves. No es momento de decir nada acerca de lo que nos parecen esos argumentos, quedémonos solo con la conclusión que cabe extraer de todo esto: la idea de riesgo y miedo propagada intencionadamente cuaja en el modo de pensar pero no en el modo de actuar, ayuda a conformar una ideología (entendida como imaginario individual) pero no un hábito y, por lo tanto, no siempre este es proyección necesaria de aquella.
A veces parecemos irracionales e instintivos seres con error de programación. Arrastramos la memoria de catástrofes pasadas, somos testigos virtuales de las presentes y preludiamos angustiados las futuras... Desconfiamos de la especie... Andamos muy necesitados de buenas noticias y de cualquier cosa que permita confiar en que el mal, entre nosotros, debe de ser la excepción y no la norma, de lo contrario ya no estaríamos aquí.