1816 (nuevas aportaciones al origen de F.)
Nadie puede poner en duda que el año 1816 del calendario gregoriano fue una año excepcional, no solo porque comenzó gélido y siguió siéndolo cada uno de sus días desoyendo el mandato de las estaciones, dándose casos de nevadas en el décimo mes en latitudes templadas del hemisferio norte, de densas capas de escarcha en los alféizares exteriores de las ventanas en las más meridionales ciudades de Europa solo unas semanas después de San Juan, de lagos alpinos cuyas superficies no alcanzaron nunca el estado líquido, al igual que las principales arterias fluviales continentales que en invierno y otoño eran auténticos glaciares estáticos de metacrilato... Nadie vio grullas, ni cigüeñas, ni gaviotas, ni golondrinas; ningún caducifolio recuperó la hoja perdida en el otoño anterior por encima del paralelo 40º norte; las plantas no florecieron, los enjambres murieron en sus colmenas y las semillas de la cosecha se pudrieron en los campos anegados de agua gélida que llegaba con las borrascas del oeste... No solo por estos prodigios que se interpretaron como el inicio del final de los tiempos fruto de la descomunal erupción del volcán del monte Tambora de la primavera del año anterior que anegó de cenizas la troposfera y generó imágenes que Turner llevó siempre en su retina, sino también por otros cuya memoria perduró más que la infausta y episódica catástrofe indonesia. Ese año Mary Shelley imagina el monstruo en la villa Diodati, a orillas del lago Costanza; ese año se inventa el velocípedo, ese año naufraga frente a las costas de Senegal La Medusa cuyos despojos pintó Gericault; ese año Rossini compone el Barbero de Sevilla y Schulze descubre que una mezcla de plata y tiza se oscurece al contacto con la luz y registra imágenes efímeras... En la Europa helada del primer año de la Restauración del antiguo orden el brazo de la Santa Alianza reprime los brotes del liberalismo y en un pequeño poblado de los Cárpatos, cuyo nombre no merece figurar en esta página, vino al mundo ese personaje al que llamamos F., quien como sabéis se ha demorado en este mundo decadente que, contra pronóstico todavía perduró, más tiempo de lo que nadie lo haya hecho jamás y al que creíamos mucho más joven.