Caza

Vagamente recordado el asunto era algo así: un modo tradicional de caza en la sabana subtropical practicado por algunas tribus del lugar, especialmente exitoso al parecer en la estación seca cuando se reducen las posibilidades de los herbívoros. Especialmente exitoso y rentable puesto que un cazador solo, armado con una lanza herrumbrosa y mucha paciencia, puede procurar al grupo un centenar de kilos de carne de impala. El juego sencillo tiene sencillas reglas. Se elige un ejemplar adulto y se le amenaza para que huya, luego se le persigue al trote. El animal pone tierra de por medio y se detiene a descansar y a alimentarse. En el horizonte aparece el cazador a trote continuo, a 10 u 11 kilómetros por hora, el animal renueva el sobresalto, inicia otra carrera extrañado y se aleja rápidamente, veloz, consumiendo sus fuerzas, sin haber tenido tiempo de alimentarse o beber, antes de detenerse de nuevo a buscar resuello y pasto, pero vuelve a aparecer el portador de la herrumbrosa lanza, paciente, siguiendo sus huellas en el polvo de la llanura. La situación se repite muchas veces: cada vez más cansado, hambriento y entregado uno; cada vez más frecuente y amenazante el otro. La muerte es un trámite final e ineludible, a un metro apenas, sin necesidad de arrojar la lanza, usándola a modo de daga... tal vez, el animal se da cuenta entonces que en lugar de huir de su rival tenía que haberlo enfrentado cuando tenía fuerzas; el cazador sabe que su éxito se debe precisamente a que no lo hizo. Advertimos tarde el perjuicio de la mansedumbre.

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