Sucede que
Un individuo exitoso, con don de gentes, honrado y afable, da en regalar sus posesiones olvidando publicar al tiempo las razones que le llevan a hacerlo.
Inevitablemente, en su entorno se hacen conjeturas: se prepara para morir (suicidio en ciernes, enfermedad irreversible...); ha decido prescindir de todo lo conseguido puesto que íntimamente lo considera usurpación y carga al respecto mala conciencia; quiere comenzar de cero y volver a conseguirlo todo para demostrar que su vida da para acumular dos veces lo que otros no tendrán nunca...
Respecto a esto último, repetir el éxito le puede resultar más sencillo ahora. Ya conoce el camino y las triquiñuelas, cuenta con multitud de clientes, parásitos de su actual generosidad, y sabe que le ayudarán a ascender y también que su actitud les ofende y que le guardan rencor y que no les podrá dar la espalda y por lo tanto no se la dará...
De la melancolía que nos lleva a desistir y la enfermedad que no podemos vencer, no diré nada. Tampoco de los motivos que llevan a un hombre a limpiar su conciencia y ponerse a bien consigo mismo.
Las tres causas citadas (que por supuesto pueden entremezclarse y confundirse caprichosamente enredando todo el asunto) no agotan la etiología del comportamiento de nuestro héroe que tanto ha dado que hablar.
Sus allegados creen que se ha trastornado al contraer una patología muy poco corriente que algunos especialistas de la Escuela de Noruega han llamado "síndrome de Diógenes inverso" y que popularmente ha venido a denominarse desatesoración (término objeto de encendidos debates en la Real Academia) y que tal vez en sus más extremas manifestaciones pueda llevar a la ablación de las propias extremidades... Pero no sigamos por ahí.
Quién puede dar razón de las intenciones que encierran nuestros actos. Ni nosotros siquiera. No seré yo quien añada más conjeturas o suposiciones o hipótesis para intentar dilucidar este asunto puesto que hacerlo sólo contribuiría a enfangarlo.
Dejadme decir, sin embargo, que estaba presente el lunes que este individuo volvió a su trabajo -una conocida firma de abogados de la capital- tras unos días de descanso. Dos aparatosos vendajes cubrían los laterales de su cabeza, a la altura de las patillas. Como lo que nos une es una relación estrictamente profesional, nadie le preguntó por el destino de sus orejas.
Inevitablemente, en su entorno se hacen conjeturas: se prepara para morir (suicidio en ciernes, enfermedad irreversible...); ha decido prescindir de todo lo conseguido puesto que íntimamente lo considera usurpación y carga al respecto mala conciencia; quiere comenzar de cero y volver a conseguirlo todo para demostrar que su vida da para acumular dos veces lo que otros no tendrán nunca...
Respecto a esto último, repetir el éxito le puede resultar más sencillo ahora. Ya conoce el camino y las triquiñuelas, cuenta con multitud de clientes, parásitos de su actual generosidad, y sabe que le ayudarán a ascender y también que su actitud les ofende y que le guardan rencor y que no les podrá dar la espalda y por lo tanto no se la dará...
De la melancolía que nos lleva a desistir y la enfermedad que no podemos vencer, no diré nada. Tampoco de los motivos que llevan a un hombre a limpiar su conciencia y ponerse a bien consigo mismo.
Las tres causas citadas (que por supuesto pueden entremezclarse y confundirse caprichosamente enredando todo el asunto) no agotan la etiología del comportamiento de nuestro héroe que tanto ha dado que hablar.
Sus allegados creen que se ha trastornado al contraer una patología muy poco corriente que algunos especialistas de la Escuela de Noruega han llamado "síndrome de Diógenes inverso" y que popularmente ha venido a denominarse desatesoración (término objeto de encendidos debates en la Real Academia) y que tal vez en sus más extremas manifestaciones pueda llevar a la ablación de las propias extremidades... Pero no sigamos por ahí.
Quién puede dar razón de las intenciones que encierran nuestros actos. Ni nosotros siquiera. No seré yo quien añada más conjeturas o suposiciones o hipótesis para intentar dilucidar este asunto puesto que hacerlo sólo contribuiría a enfangarlo.
Dejadme decir, sin embargo, que estaba presente el lunes que este individuo volvió a su trabajo -una conocida firma de abogados de la capital- tras unos días de descanso. Dos aparatosos vendajes cubrían los laterales de su cabeza, a la altura de las patillas. Como lo que nos une es una relación estrictamente profesional, nadie le preguntó por el destino de sus orejas.