F. poeta (París, década de los 20)
Durante un tiempo F. se abuhardilló al viejo estilo para escribir un volumen de poesía con el que incorporarse a la antología universal del noble arte de la métrica. Dada su afición a los idomas, F. había logrado adquirir léxico y estructuras gramaticales de dieciséis lenguas modernas y tres antiguas (tres cursos en la Pontificia de Salamanca, filología trilíngüe, le desanimaron y disuadieron a la postre de seguir interesándose en las lenguas muertas, no obstante, su griego daba para levantar hexámetros dactílicos con razonable gracia y exactitud, su latín y hebreo brillaba más en prosa sin embargo).
Decidió: si tenía que ser en idioma moderno no podía ser otro que alemán. Llegó así a escribir un millar de versos, en tres noches fugaces, de tema heroico pero no le gustó el resultado. Se pasó al húngaro, buscando limar la aspereza germana, y compuso un texto de extensión y motivo semejante que guardó también en un cajón. Cambió de papel y esbozó un largo poema dramático sobre el mudable carácter de un obrero ambicioso en los orígenes de la revolución industrial en un poblado a las afueras de Londres, en inglés por supuesto; el borrador no presentaba tachadura ni enmienda y terminó en el cajón debajo de los anteriores. Se pasó al francés y quiso glosar en dos mil versos de rima libre la amargura de una prostituta en tiempos de la guerra francoprusiana, el manuscrito le resultó afeminado y alimentó la chimenea. Mientras ardía, F. dibujó distraído una paloma en un papel crema con sueltos trazos negros, como aquellas que Picasso regalaba a los pescadores en el puerto, y el dichoso ave voló.
Desde entonces, F. detesta el arte en cualquiera de sus afectadas formas y le niega el valor de consuelo o entretenimiento en las largas horas de sus largos días.
F. cree que eso que llaman arte carece de los rasgos de la vida y no corre en el sentido de ésta, ni paralelo a ella siquiera. Es una actividad que implica quedarse ahí, girar en la noria, en la rueda necia que dicen los budistas.
F. quiere ascender y sólo a veces, por vanidad, cae en la trampa del arte, un instante y a otra cosa.
Decidió: si tenía que ser en idioma moderno no podía ser otro que alemán. Llegó así a escribir un millar de versos, en tres noches fugaces, de tema heroico pero no le gustó el resultado. Se pasó al húngaro, buscando limar la aspereza germana, y compuso un texto de extensión y motivo semejante que guardó también en un cajón. Cambió de papel y esbozó un largo poema dramático sobre el mudable carácter de un obrero ambicioso en los orígenes de la revolución industrial en un poblado a las afueras de Londres, en inglés por supuesto; el borrador no presentaba tachadura ni enmienda y terminó en el cajón debajo de los anteriores. Se pasó al francés y quiso glosar en dos mil versos de rima libre la amargura de una prostituta en tiempos de la guerra francoprusiana, el manuscrito le resultó afeminado y alimentó la chimenea. Mientras ardía, F. dibujó distraído una paloma en un papel crema con sueltos trazos negros, como aquellas que Picasso regalaba a los pescadores en el puerto, y el dichoso ave voló.
Desde entonces, F. detesta el arte en cualquiera de sus afectadas formas y le niega el valor de consuelo o entretenimiento en las largas horas de sus largos días.
F. cree que eso que llaman arte carece de los rasgos de la vida y no corre en el sentido de ésta, ni paralelo a ella siquiera. Es una actividad que implica quedarse ahí, girar en la noria, en la rueda necia que dicen los budistas.
F. quiere ascender y sólo a veces, por vanidad, cae en la trampa del arte, un instante y a otra cosa.