Hacer lo inagotable

El hacer nos concierne como obligación para ser y construirse. La acción nos abroga como una infección de ego ensimismado. Las cosas hechas son los jalones que pautan mi posibilidad, capacidad, las garantías de mi valor singular. La dolencia del hacedor es universal. Hablan por nosotros no tanto nuestros actos como sus escombros, que nos redimen del despojo que somos: el contorno de un hombre que hay que llenar.
Si somos simplemente nos creemos insuficientes, desatendemos la vida por ese ardor de rehacerse, de alentar al personaje.
Es el castigo y nosotros los castigados.
Incluso estas palabras, sobre todo éstas y tal vez todas las demás, son sólo residuos, mucosidad de esta insufrible fiebre del heno.

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